miércoles, 21 de enero de 2009

Salta

Si bien hay algunos objetivos planteados con antelación, un viaje exploratorio tiene la particularidad de ser,la mayor parte del tiempo, muy improvisado. A raíz de esto, hay que tener en cuenta que hay cierta tendencia a modificar los objetivos en cuanto aparecen nuevos puntos de vista a lo largo del camino. Sólo hay algo que debe permanecer constante: la voluntad de acción y armonía entre los viajantes, principalmente a sabiendas de las distancias a recorrer.
Si uno está acostumbrado a las rutinas y a la vida cómoda del hogar, muy probablemente a lo largo del viaje aparezca el interrogante de qué se fue a buscar a nivel individual, cómo se complementa esta experiencia con el andar cotidiano que se lleva en la ciudad.
En la ruta se piensa mucho, se habla un poco con los compañeros, y otro tanto con uno mismo. De a poco se va entendiendo que las ideas propias no tienen valor en tanto poder, sino como herramienta de construcción grupal. De esta manera, el otro no es enemigo en cuanto dice algo inteligente, sino que su aporte puede funcionar como disparador de muchas propuestas. Tal vez ese sea el agregado del voluntariado: no hay ningún interés material oculto. Quizás también sea el agregado de las personas que se van encontrando: todas tienen un gran respeto por el valor de la vida del que se tiene al lado.
No es nada nuevo que en Capital Federal, tal vez en las grandes ciudades de Buenos Aires, el ritmo y los modos de vida son de por sí muy agresivos. Se lo padece y normaliza porque es lo que se conoce, pero al mismo tiempo puede ser contrastado cuando se sale por otros pueblos provincianos. La simple buena predisposición con la que te reciben hace que todo fluya de manera natural: no vas a imponer nada, vas a escuchar lo que tienen para decirte. También ayuda a recuperar el eje: estamos muy podridos por dentro y quizás te autoconcientizás más cuando te encontrás con gente pura de sentimientos. Simplemente te hacen reflexionar e indirectamente te muestan dónde estás parado.

En Salta aún viven comunidades aborígenes dispersas por territorios a los que no se tiene fácil acceso. El camino hacia un pueblo llamado Santa Victoria es todo de tierra rojiza con abundantes ríos, arroyos y vegetación similar a la de la selva. Desde Tartagal, la ciudad más grande cercana, se calculan aproximadamente seis horas en colectivo, si bien la distancia no debe ser mayor a los 100 km.
Dada la riqueza brindada por la naturaleza, las comunidades aborígenes se establecieron cercanas a los ríos, aunque tienen la característica de ser nómades. El árbol de roble es lo que conocen como hogar: duermen debajo de ellos producto de las altas temperaturas. Es decir que se adaptan al medio, y no a la inversa.
Particularmente indagando en el tema de las inundaciones, nos comentaron que frente a posibles desastres antes podían desplazarse a tierras más altas a esperar que el agua descendiera para volver.
Con la vana esperanza de occidentalizar al aborígen, la mano del hombre blanco hizo que se les construyera viviendas y se comenzaran tareas de desmonte. La costumbre de dormir bajo los árboles no se modificó, y en las casas suelen guardar pertenencias. Pueden encontrarse animales como gallinas viviendo dentro de las casas, junto con alguna radio o bicicleta. Además creen en el regreso de las almas de los muertos, y por esta razón cuando fallece algún familiar cambian la ubicación de puertas y ventanas, o directamente derriban toda la casa y la vuelven a construir en otro lugar.
Otra desventaja de la introducción de la vivienda estaba enfocada desde el enfrentamiento étnico. Una comunidad puede estar compuesta tanto por dos personas como de 200, que viven todas en un mismo lugar. Se nos decía que antes si había problemas con alguna comunidad, simplemente se iban a otra parte.
Además, las tareas de desmonte lo único que facilitan es el ingreso má rápido del agua de los ríos a las zonas pobladas, alterando totalmente el ecosistema y complicando así la subsistencia a nivel alimenticio.

En los debates de grupo nos planteabamos si tiene mucho sentido nuestra intromisión en su contexto. Acostumbrados a nuestra forma de percibir las cosas, quizás la simple idea de la muerte provocada por alguna enfermedad o la incomunicación que padecen resulta algo inaceptable desde el punto de vista humanitario. Por lo pronto resta esperar que vuelva mi compañero Juan, un sacerdote de tinte tercermundista, quién decidió quedarse hasta mañana, para que nos cuente detalles más específicos de la vida en comunidad.

1 comentario:

Vicky dijo...

Buen Viaje!! y espero leerte pronto.
Gracias por comentar en mi espacio Flor!

Te mando un gran beso...