
Cada vez que escucho esta canción (To the End de Blur)me traslado mentalmente a ese hermoso día de sol en Londres (si eh..un día de sol) que me levanté, desayuné, agarré los mapas y me fui a caminar. Un placer levantarse a las 8 de la mañana con semejante día, en realidad tenía ganas de ir al Eye y para evitarme la cola interminable decidí ir temprano, antes de que abriera.
Siempre me alegré de tener la capacidad de orientarme rápido. No sólo al irme de viaje, sino también acá por la Ciudad. La clave está en mirar el mapa con anticipación, saber dónde está el subte... y fundamentalmente no tener ningún tipo de pudor de preguntar 50 veces si no encuentro la calle.

Londres es una ciudad inmensa, y quizás lo que aparentan ser unas 10 cuadras puede llegar a ser como media hora de caminata. Yo estaba cerca del Museo Británico, en un barrio dónde tenía a 1 cuadra y media la estación Russell Square, y también muy cerquita a Oxford Street, una calle de lo más espectacular que parece ser una pasarela las 24hs. Ahí están todos los negocios de ropa principalmente, y dónde se ven los estilos más variados y bizarros que se puedan imaginar.
La primer noche que llegamos a la ciudad me lancé para ese lado porque me acordaba cuando había ido de chiquita, del Marks & Spencer y otros negocios en los que comprabamos pulóveres muy baratos (bueno..en ese entonces teníamos el 1 a 1 todavía y era más barato que ahora). La ciudad me sorprendió porque no la recordaba con ese encanto de época y si se quiere también de barrio de casas bajas.


Pero decía que me había sorprendido que fuese tan barrio, pero al mismo tiempo tan moderno. La combinación entre lo clásico y lo puramente estético de las tendencias modernas juveniles. Un barrio cortado por las luces de Oxford Street, la gente saliendo a borbotones de los negocios, la mezcla de etnias, ese aroma tan característico que tiene cada lugar. Las bandejas de camarones con salsa a 1 libra, la compra de la cena o el almuerzo antes de volver al hotel dónde siempre vas a encontrar una pava eléctrica y tazas con saquitos de té para apaciguar el frío.

La cultura inglesa que se encuentra en cada esquina, la señalización imposible de las calles y el acostumbrarse a cruzar al revés (eso fue muy problemático cuando volví a ciudades diestras, porque tenía que ponerme a pensar para qué lado mirar. Llega un punto en que uno pierde la costumbre, quedás en una especie de nebulosa sin cultura ni sentido común. Ni que decir a la hora de hablar...)


To the End empezó a sonar mientras estaba recorriendo el negocio Top Shop. Me senté apoyada en una pared del negocio creyendo que estaba tocando el cielo con las manos. Un momento de suma felicidad que espero repetir prontamente.
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