martes, 25 de marzo de 2008

Concordia- y no de Entre Ríos-

Los ejemplos de la historia dejan testimonio de lo destructiva que puede ser la acción política cuando las fuerzas que la impulsan terminan estando en contra de aquello que las motiva: la vida en común, el bien común. Al menos esa es la política que yo defiendo, aquella que muchos profesores se ocuparon de incentivar en mi persona. También pecaría de ingenua si creyera que ese es su único fin, y ahí es cuando aparece Maquiavello que te pone frente a las miserias humanas- más allá de la famosa cita que en su obra no es particularmente lo más destacable ni una perfecta síntesis de lo que quiso decir.
Cuando te metés en la teoría política y en el mundo de las ideas en general, te das cuenta que cuesta mucho aceptar que los propios argumentos son endebles. Entonces te armás el discurso: o sos democrático o sos totalitario, sos rojo o blanco. Sos castrista o pro-yanqui. La mayoría de las veces tenemos la falsa creencia que nuestra postura es la más acertada, y cuanta más gente nos dice que tenemos razón, más cerca pensamos que somos poseedores de la "verdad".
Eso genera confusión. Muchas veces te encontrás encerrado en una tela de araña porque justamente todos los paradigmas tienen fallas- de ahí que todavía nadie supo proponer un modelo de sociedad o de Estado que fuera exitoso a todo nivel. Aceptar eso ya es un paso muy grande, ya que implícitamente indica que una visión ciega y única es insuficiente.
Frente a esto hay dos opciones posibles: una es seguir cegado, lo cual no induce ningún cambio de aquellas fallas. La otra es empezar a interiorizarse sobre otras "verdades" y así generar un collage más rico en contenido y en propuestas. Para mi algo de eso tiene la tolerancia: aceptar que nunca hay una sola verdad, y que fundamentalmente la opinión de los demás es igual de importante a la nuestra. Quizás se trate solamente de relativizar un poco todo lo que se dice, que ante una discrepancia no dejamos de tener credibilidad.
Muchas veces cuesta hacer ese ejercicio, aún cuando nos jactamos de ser absolutamente democráticos. Cuando esperamos de nuestros dirigentes algo que nosotros mismos ni sabemos qué es o cómo lograrlo- Una deuda pendiente para nosotros, argentinos.

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